Como madre de dos hijos adolescentes, he de reconocer que esta frágil etapa de cambio que supone la adolescencia, me inspira una gran ternura, no sin cierto punto de nostalgia, eso si. Ese momento fronterizo en el proceso del desarrollo humano en el que dejamos de ser niños para convertirnos en adultos ha sido tratado por unos cuantos fotógrafos: Rineke Dijkstra o Stefano Giogli entre otros. Pero con el trabajo fotográfico que mas empatía siento es con el proyecto «Bidean» de Miren Pastor. La sensibilidad y sutileza con la que trata el tema me conmueven profundamente. Esto es, desde mi punto de vista, lo que importa: mover emociones.
En esukera, Bidean significa algo que está en el proceso de cambio o en el camino. El proyecto, que sigue abierto, combina retratos de adolescentes con bellísimas imágenes de paisajes naturales, relacionando conceptualmente este proceso de cambio con los ciclos inestables de la naturaleza. «Llegada a este punto del camino, la oruga se dispone a sufrir la profunda transformación que la llevará del estado de larva al de imago o forma adulta…» Así es como comienza el texto de Iván del Rey de la Torre que acompaña a las fotografías creando una bella metáfora del trabajo fotográfico. Os invito a leer el texto completo en la web de la artista. A los adultos se nos olvida con frecuencia lo que fue esa etapa, cada cual vivió la experiencia de forma distinta. No cabe duda que puede ser un momento en el que la relación entre adolescentes y adultos suele ser complicada. Trabajos como este pueden ayudarnos a comprender y acompañar a nuestros adolescentes en ese inestable y confuso proceso de transformación, además de asimilar nuestros propios procesos, ya que como seres humanos, vivimos en un constante estado de mutación y transito. Sigue leyendo
En lo salvaje

No me gusta nada poner etiquetas, ya que son susceptibles de manipulación y pueden ser usadas como arma arrojadiza. Se me hace extraño escuchar términos cómo ecofeminismo. A estas alturas, debería de ser tan innecesaria la defensa de la naturaleza cómo la de la mujer, me parece de cajón. Todos deberíamos de defender y proteger la vida natural del planeta que nos acoge, así cómo todos deberíamos proteger y defender a las mujeres. Que yo sepa, a todos nos ha parido una. Por absurdo que parezca, desgraciadamente esto no es así, tal y cómo están las cosas sigue siendo necesaria esta reivindicación. Si para eso tengo que colgarme la etiqueta de feminista, ecologista y ecofeminista , pues me las cuelgo todas y tan orgullosa. Aunque igualmente, debería de colgarme también la de humanista, ya que, aunque reniegue pertenezco a la «raza humana» y la RAE define el adjetivo humano en su cuarta acepción cómo «Comprensivo, sensible a los infortunios ajenos». Tristemente es una cualidad que también necesita reivindicación.
Lo salvaje se contrapone a la razón, a lo civilizado y al orden, estando asociado a lo mágico y misterioso. Tradicionalmente, la especial conexión de lo femenino con la naturaleza ha dado lugar a malinterpretaciones, especialmente desde la aparición de las religiones monoteístas judeocristianas y musulmana donde lo salvaje se asoció al pecado y a las supersticiones y por lo que miles de mujeres fueron (y son) perseguidas.
Qué hay de salvaje en lo humano y qué hay de humano en lo salvaje, esta es la reflexión que nos propone la exposición En lo salvaje, que nos describe su comisaria Semíramis González con las siguientes palabras : “Esta exposición traza un recorrido entre lo más salvaje del ser humano pasando por los cambios que este sufre a lo largo de su vida, en consonancia con el propio paisaje, para terminar en lo que de humano hay en la naturaleza y en la necesidad de preservarla ante la destrucción industrial. Cinco discursos diferentes para hablar, al final, de la existencia misma”.
En lo salvaje reúne el trabajo de cinco mujeres: Lucía Antebi, Elena Fernández Prada, Cristina Ferrández, Ángela Losa y Miren Pastor.
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Elena Fernández Prada. Paraíso, 2014, óleo sobre tabla 118 x 127cm
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